Esta mañana alguna llegó con cara de mucho sueño, al parecer porque todos los ruidos que oían de noche, ya fuera el móvil, la calefacción o la nevera habían sido generados por entes extraños venidos de las criptas del subsuelo de Edimburgo; fue por eso que Sandra y Ana presumían de ojeras tras haber compartido una cama de 90 cm por aquello de afrontar sus temores en compañía.
Como este año el tiempo está siendo tan generoso y como aún no estamos hartos de frío, se nos ocurrió la genial idea de pasar la tarde en la pista de hielo. Es esta una pista dotada de todos las tecnologías para ser, como lo es, la sede del equipo de hockey hielo de la ciudad, así como lugar de entrenamiento y celebraciones de de todo tipo de competiciones de patinaje artístico sobre hielo. Aprovechando el tramo que está abierto al público desde las 14.30 hasta las 16.30 allá nos fuimos con la tropa.
Tras pasar las taquillas, lo primero era cambiar nuestro calzado habitual por unos de esos patines que tienen por suela una cuchilla con aspecto de peligrosa. Todos en el banquillo y poniéndose el correspondiente par para pasar a entrar en el estadio. Los que tenían la experiencia previa de la patinar sobre ruedas en línea tenían ventaja sobre los demás, incluidos lo que habían probado la mini-pista que instalaron en el Centro Comercial de Ourense este invierno.
La tropa en pleno, midiendo todos cinco centímetros más de altura por los patines, pisó el hielo y comenzaron a deslizarse. Entre los sobresalientes estaban Antonio, Reyes, Claudia y Elena, los más inseguros Adrián y Alex. Poco a poco la mayoría fue ganando confianza y aquella larga hilera de hormigas que iban siguiendo el pasamanos que rodea el rectángulo de hielo se fue deshaciendo y comenzaron a deslizarse a más distancia de la seguridad del borde y cada vez más deprisa, salvo Alex, que necesitó más de una hora larga para llegar a semejante osadía.
Disfrutaron al máximo de la experiencia, a pesar de las manos frías de algunos, de los sudores y calores de otros, de los pies entumecidos de la mayoría y de los tobillos doloridos de una parte de los chicos. Pasado el tiempo establecido, abandonamos el recinto y la temperatura exterior nos pareció hasta calurosa y agradable, aunque al poco tiempo nos dio de nuevo la bienvenida la lluvia. Hace veinte años, según leímos en la prensa el otro día, que no hay un verano tan lluvioso en la ciudad, y nos ha tenido que tocar a nosotros.
Tras la cena teníamos ceiledh, que como comentamos la semana pasada es una experiencia de las danzas tradicionales escocesas. Esta semana decidimos hacerlo opcional pues el tiempo entre el fin del patinaje y el inicio de esta es tan escaso que resulta insuficiente para ir a cenar y regresar al cole. Cuando llegamos nos reunimos ocho y se lo pasaron en grande, pues hoy la música era de era una banda que tocaba en directo. A las 22.45 llegamos a casa rendidos y dispuestos a descansar para afrontar mañana un nuevo día.
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