Tras un trayecto de una hora llegamos a Stirling y lo primero siempre es dejar nuestro rastro como los perros para marcar el territorio, así que fuimos a la caza de los servicios, aunque el de las chicas estaba en obras, mientras que unas vigilaban las otras utilizaban el urinario de los caballeros.
Hoy no era suficiente el chubasquero, ni siquiera el paraguas, hoy lo requerido era un salvavidas y una piragua. Las gárgolas del castillo de Stirling no eran capaces de desaguar el torrente que cayó justo en el momento de entrar en la fortaleza. Menos mal que encontramos cobijo bajo uno de los puentes que cruzan el acceso al patio delantero y corriendo unos quince metros nos calamos los pies y pantalones sin remisión. Y casi podemos agradecer que la tormenta cayera una vez teníamos las entradas y las correspondientes audioguías y ya nos encontrábamos dentro de las murallas del castillo. ¡Si nosotros nos consolamos con cualquier cosa!
En fin, que ya estamos dentro del famoso castillo de Stirling, construido sobre el cráter de un antiguo volcán (al igual que el de Edinburgh) con lo que tres de sus caras dan sobre un enorme acantilado y la otra accede a la ciudad. Lo han reconstruido y restaurado manteniendo los criterios de los siglos XIV, XV y XVI, fechas de las que datan sus construcciones y, al mismo tiempo, lo transitan distintos personajes vestidos con los trajes de la época, de forma que puedes ver a la reina bordando en su cámara, a maestre sala ante la mesa con sus suculentos platos, a las sirvientas, etc. La verdad es que la ambientación está muy lograda.
La ilusión inicial decayó un poco con el aguacero y las audioguías no eran tan amenas como las de Holyroodhouse, de manera que tras escuchar algunas de las tediosas explicaciones históricas decidimos deambular por las diferentes estancias observando los techos, el mobiliario, las impresionantes chimeneas (lareiras), la decoración, etc. Después del chaparrón inicial de quince minutos, ya pudimos cruzar los distintos patios y pasear más tranquilos para ver la capilla, el gran salón, pero sobre todo, la Gran Cocina, ambientada según la época y con todo tipo de vituallas y personajes.
Son ya las doce, así que nos vamos al centro de la ciudad. Este es un lugar histórico, que recordaréis por la película de Braveheart, cuando William Wallace (Mel Gibson) quiere evitar que en 1297 los ingleses, comandados por Eduardo I, progresen hacia el norte e invadan Escocia. Wallace consigue la victoria en esta ocasión, pero al año siguiente Eduardo I lo intenta de nuevo y sus arqueros esquilman a los escoceses.
Una vez en el corazón de la famosa urbe nos separamos con la premisa de estar de vuelta todos a la 15.45 en el punto de reunión. Y allá se fueron unos buscando el Primark (una vez más), otros MacDonald’s (como siempre) y otros simplemente explorar.
A la hora convenida nos en encontramos y comentamos las compras: que si sandalias a 3 libras, que si pendientes, vestiditos, pijamas, … y de pronto, cuatro “bichos” (Martín, Carlos, David y Javi) se nos plantan delante con una nueva y extravagante indumentaria: vienen en pijama por la calle, pero no un pijama cualquiera sino uno de esos de bebé de cuerpo entero (incluidos los pies) con forma de animales. Fueron la comidilla de todos los niños y monitores y nos hicieron pasar un buen rato. Son los más forofos de los disfraces: la semana pasada los gorritos tapaorejas con cuernos y ahora esto.
Como fin de fiesta, hoy nos esperaban unas carpas en nuestro punto de reunión habitual de Princes Street, donde promocionaban España como destino turístico. Allí estaban representadas: Galicia (repartiendo chupitos de hierbas y almendrados de Allariz), Valencia (con una paella gigante ya agotada cuando llegamos), Baleares, Andalucía, etc y sobre el escenario un grupo de pop-rock llamado Walden Uno… y entre el público, un Rafa Nadal de gomaespuma.
Mañana conseguimos que nos recojan en el centro, así que no tendremos que madrugar tanto como hoy, lo cual nos da un margen de una horita más de sueño.
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