Hoy es uno de esos días en que cuando llegas a casa a las 22.30 horas te preguntas cómo puedes estar tan cansado. Y la respuesta es evidente: te has levantado a las 07.00 y no has parado desde entonces entre organizar cosas, jugar con los chicos por la tarde a los distintos deportes o acompañarlos a que se desahogaran un rato en la disco. Así, casi sin darnos cuenta, se nos ha escapado la primera semana.
La mañana comenzó muy bien: todos puntuales, aunque las cuatro “lolitas” entraron en el cole rozando el larguero. Así que, una vez hecho el recuento, cada uno entró en su madriguera para participar de tres horas de clase exclusivamente en inglés. Entretanto, Alba y yo hacíamos unas gestiones en el centro y compartíamos un momento con otros monitores de otros grupos y comentábamos incidencias propias de la profesión.
Regresamos poco antes de que salieran y a las 12.30 nos reunimos para comer en nuestro lugar habitual: la cafetería. Antonio y Alberte no se sentían con ganas de sándwiches este almuerzo con lo que se escaparon al supermercado de enfrente y aparecieron con unas “magdalenas” de esas que para tragarlas hay que mojarlas en algo que no sea Coca-Cola y unas galletas. Total, que la mayoría volvieron a la bolsa y para mañana, que las acompañarán de un vaso de leche. Ante la visión de las provisiones de estos dos, Alex tuvo un ataque de gula y decidió hacer la misma operación, pero, diría, más inteligente porque se presentó con unos “nuggets” de pollo, una baguette, un pincho moruno a la escocesa y una chocolatina. Lo devoró todo con tanta pasión que, como dicen las abuelas, “daba gusto velo comer”.
Una vez saciado nuestro apetito de una u otra manera, nos dispusimos a deshacernos de nuestras calorías sobrantes. Los monitores nos dividieron en dos grupos: los del baloncesto y volleyball y los del fútbol. Los primeros nos dirigimos al pabellón polideportivo y los más a los campos de hierba a unos diez minutos del colegio. La elección del campo exterior era no sólo por la pasión por el balompié, sino por el sol esplendido que hoy lucía en la capital de Escocia. En fin, los del pabellón jugamos nuestras pachanguitas de baloncesto: por una parte, Alberte, Antonio y una chica de Murcia y, por el otro, Javi, Paula y yo. Por supuesto que perdimos nosotros, aunque no por mucho. En el otro campo estaban Alba, Reyes, Ester, Sandra, Ana y Beatriz, que se encargaron de humillar a los italianos al vóley. Después de sudar un rato decidimos ir a visitar a nuestros colegas futboleros y cuando llegamos Carlos, David, Claudia, Alex estaban dándolo todo, aunque el destacado fue Martín con dos golazos antológicos vistiendo orgulloso su camiseta del Depor. Mientras el resto tomaba el sol seguía las incidencias del partido o disfrutaba con las cabriolas de Elena.
Tras esto todos a casa a cenar para encontrarnos a las 19.50 para ir a las disco. Una vez todos juntos de vuelta en el centro de Princes Street nos dirigimos al local para bailar y allí nos metimos tras un registro de los bolsos en el que se apropiaron de los chicles, terminantemente prohibidos en el interior. Era un local pequeño y lleno de adolescentes desesperados por pasárselo bien al ritmo de la música mientras pedían en una lista sus canciones favoritas. Allí nos encontramos con alumnos de otras compañías y colegios y hubo sus pequeños escarceos aunque sin pasar nada a mayores pues los “viejos” estábamos a pie de pista.
A las 21.45, como habíamos acordado, salimos todos organizados incluso sin tener que llamarlos de manera que en quince minutos ya estábamos a bordo de los diferentes buses buscando nuestras camas. Alguno ya pedía hacer una visita rápida de avituallamiento en el MacDonalds, pero ya no era el momento. La próxima semana, segunda sesión discotequera y quizás alguno consiga bailar con la más guapa.
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