¡¡Felices como codornices estábamos cuando nos subimos a un flamante autobús que nos llevaría directamente hasta Stonhenge!! Aún eran las 9.00 pero ya nos habíamos acomodado y abrochado el cinturón. Aquí ningún autobús se pone en marcha hasta que la totalidad del pasaje está bien atado. Llevábamos en ruta unos 80 minutos cuando a lo lejos se divisó el famoso monumento megalítico, enclavado en una enorme planicie verde e “inteligentemente” bordeado por dos carreteras, que arruinan la perspectiva.
Stonhenge es, como casi todos sabéis, un monumento formado por cuatro círculos concéntricos y rodeado todo ello por un enorme foso de unos 120 metros de diámetro, parte de las piedras que conforman la estructura fueron traídas desde Gales, a decenas de kilómetros de este lugar. La finalidad de esta construcción es un misterio; algunos creen que como lugar religioso, otros como monumento funerario e, incluso, algunos afirman que es un centro de observación astronómica. “Total, si lleva aquí tantos años no merece la pena entrar”, dicen. La verdad es que la visita se puede hacer en veinte minutos sin necesidad de pagar una entrada que sólo te acerca a él unos tres metros más de lo que puedes ver a través de la alambrada desde la acera. Fotos y más fotos, comentarios sarcásticos variados y de nuevo al bus.
A 12 km está Salisbury, donde lo más emblemático es su catedral, que se jacta de tener la aguja más alta del país por ser este uno de los corazones religiosos de Inglaterra. Su preciosa catedral ha tenido y continúa sufriendo un problema de sobrepeso que exige constantes reformas. Junto a su catedral está el claustro que le da aún más grandeza si cabe al conjunto. Al apearnos marchamos bien formados a lo largo de un pequeño río hasta el centro de la ciudad y a lo lejos, a unos 200 metros, se apreciaba la aguja de la catedral, pero nadie se acercó a verla porque antes de que tuviera tiempo a reaccionar ya los monitores les habían dado 50 minutos para tomarse un café y visitar la localidad, pero lo que ello buscaron fue tiendas de recuerdos o Starbuck’s, pero ni uno osó a pasar bajo el arco que conducía al monumento.
A Lucía y a Andrea se le hicieron tan cortos los minutos concedidos que decidieron alargarlos por su cuenta y contribuir a “la saca” porque “aquel helado tenía tan buena pinta, que se hizo irresistible” y las demoró.
De nuevo al bus y regresamos al colegio. Se bajaron todos y al fondo, rendido por el esfuerzo, las emociones, el interés cultural, o sencillamente por la falta de sueño se nos quedó Javier. Los demás todos abajo, primero sigilosos y luego mofándose y el muchacho sin enterarse. Por fin abrió los ojos desubicado pero enfiló el pasillo del vehículo hasta alcanzar la puerta frontal.
Una comidita rica: patatas y hamburguesa y a clase, porque llegamos muy justitos. Al salir cenamos, unos pasta y otros arroz con pollo y listos para nuestra última noche de fiesta, de “experiencia religiosa”. La “fauna” comienza a rendirse y algunos ya no se disfrazan, David alega que por el calor y Miguel por el olor que desprende su traje de pingüino, porque lleva tres sesiones y aún no lo ha lavado. (Doy fe del hedor que desprende tal prenda). La “triunfadora” de la noche fue Sandra, a la que un turco “pidió su mano” reiteradamente pero ella muy firme se negó, pero el muchacho era insistente hasta que Aline se plantó ante él amenazadora y la moral “alcoyana” del “Mohatmé” (como ellas decían) se vino derrumbó y claudicó.
Salimos a las 09.20 para tomar nuestros taxis de regreso y, como novedad, el transporte D25 llega el primero y llama a sus pasajeros: Raquel, Aline, Cristina y yo. Así que nos fuimos tan contentos y allí los dejamos a todos “a su suerte”… por supuesto acompañados de varios monitores. ¡Qué no cunda el pánico!
Mañana comenzamos con los exámenes del Trinity… ¡¡Qué estrés, por Dios!! Va a ser un día muy intenso y pasaremos la mañana con ellos para prepararlos lo mejor posible, psicológicamente.
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