lunes, 23 de julio de 2012

22/07 London Returns


  ¡
DSC_0209¡Ha sido un día muy completo en todos los sentidos!! Amaneció con un sol radiante y a las 7.45 ya estábamos todos en la estación así que, en lugar de esperar el tren que teníamos pensado a las 8.50, tomamos uno que salía a las 8.00, que aunque era uno de esos que hace múltiples paradas le ganábamos quince minutos a la jornada, como así fue. Lo bueno de este transporte es que se pueden levantar, pasear, usar los aseos, dormir y, en algunos casos si hay suerte porque la demanda es alta, hacerse con una mesa de cuatro para jugar a las cartas o simplemente charlar.
Waterloo Station nos esperaba completamente poblada de gente venida de todasDSC_0218  partes. Lo primero contar así que cada “capitán” (Sara, Martín, Carlos, David, Cristina y Raquel) eran los encargados de reunir a su pelotón darme novedades de sus “unidades”. Han trabajado como un buen equipo y con sólo levantar la mano con el pulgar en alto sabía que los 30 estaban listos para “avanzar”. Lo primero e indispensable siempre es la visita a Mr Armitage Shranks (Mr Roca, en España)…., porque la emoción y los nervios libera esfínteres; “Eh, un momento. ¡Hay que pagar entrada para hacer un pis!. ¡30 peniques, vaya estafa! Yo voy igual que no aguanto… pero los niños no pagan así que digo que tengo 12 y ya verás como cuela” Y así fue. Con todos ellos aliviados y “más ligeritos” compramos los pases del metro para todo el día. ¡Este era nuestro gran temor! La falta de experiencia utilizando este transporte y la celeridad con que se mueve la gente por esos túneles nos generaba cierta inquietud, por ello les habíamos pedido el “uniforme de combate”: camiseta azul de Sheffield y mochila amarilla (aunque rota). Esto nos resultó muy útil, junto con uno de los “plumeros” que teníamos de animar a la famosa “olympic torch” que ponía en alto para “detectar mi posición”.
DSC_0243 Primera parada, la Torre de Londres, famosa por su importancia en la historia de Inglaterra, donde hablamos de los conocidos Beefeater (guardianes), aunque a muchos les sonaba más por la reconocida marca de ginebra, del “Ravenmaster” (el cuidador de los cuervos) porque si ellos desaparecen, según la leyenda, la torre se desmoronará y con ella el Imperio, así que les cortan las plumas de una de sus alas y, consecuentemente, nunca pueden irse volando (¡como no salgan por piernas!). Si olvidar que la torre alberga las Joyas de la Corona en una gigantesca caja fuerte, cuya puerta no abarca la envergadura de Gasol. Tras la Torre se encuentra el Tower Bridge, conocido por muchos profanos como el puente levadizo, que en esta ocasión estaba adornado con los preceptivos aros olímpicos.
DSC_0237 Tras las fotos de rigor, nos encaminamos “en formación” , hasta Monument, una columna dórica de 61 m. de altura que es la distancia a la que se encontraba la panadería de Thomas Ferynor, pastelero del rey, en la que se inició el famoso incendio que asoló Londres en 1666 y que destruyó unas tres cuartas partes de la ciudad. Y desde allí hasta St Paul Cathedral, conocida entre otras cosas por su inmensa cúpula, la segunda tras la de S. Pedro del Vaticano, y por ser la ubicación de diferentes acontecimientos como la boda de Lady Diana y Prince Charles o donde descansan los restos de W. Churchil. Previamente pasamos ante el Bank of England que funcionó como banco, mercado de la bolsa o como Ministerio a lo largo de su historia.
El hambre comenzaba a hacer mella entre nuestras “tropas” así que lo preceptivo  era tomar el “rancho” oportuno; evidentemente los “packed lunch” no suelen tener muchos seguidores, de manera que unos entraron en un supermercado a la procura de jamón o chorizo y pan (es lo que tiene esto de la globalización) y otros en Pret-a-Manger con bocadillos de comida sana. Para terminar y de postre, un cafecito del Starbucks. Al menos no había ningún McDonald’s a la vista. Saborear un buen bocadillo sentado en la escalinata de St. Paul disfrutando del sol mientras ves pasar a la gente y la multitud de “double-decker buses” y observas como se están divirtiendo, hacen que estas “pequeñas batallas” sean muy agradables.
“En pie, que de postre nos vamos a ver unas momias muy bien conservadas en el British Museum”, así que “capitanes, novedades”. “Todos en orden, señor”, dicen. “Pues emprendemos la marcha”. Minutos más tarde estábamos en la sala donde se acumulan todos estos tesoros egipcios que los ingleses fueron expoliando a lo largo de los siglos y que los egipcios reclaman desde hace años. Os recuerdo que los británicos se apoyanDSC_0245 en una ley de 1750, creo, que viene diciendo algo así como que “todos lo que se encuentra en el país y ha sido adquirido legalmente no puede abandonar el reino”; lo que ocurre es que lo “adquirido legalmente” fue comprado a “ladrones de tumbas” en el mercado negro por parte de coleccionistas privados que fueron legando al gobierno inglés tras sus muertes; lo mismo ocurre con parte del Partenón griego, arte persa o la Piedra Rosetta, que permitió descifrar parte de los jeroglíficos egipcios. Media hora ha sido más que suficiente porque Marble Arch, en la esquina de Hyde Park nos aguardaba bajo el sol y luego un agradable paseo de quince minutos por Oxford Street (estandarte de consumismo), sin prisa pero sin detenernos a ver escaparates ni entrar en tiendas, a pesar de la insistencia de algunas, que, si bien es cierto, no fue excesiva.
Ya estamos en Westminter, bajo la imponente Torre del Reloj (Clock Tower) y que desde el Jubilee x de la reina (abril 2012) se llama “Queen Tower”, aunque todos lo conocen por Big Ben. En realidad Big Ben (llamada así por Sir Benjamin Hall) es la campana que da las horas dentro de la torre y que se puede oír, pero no ver desde el exterior. Comentamos todo lo relacionado con las Houses of Parliament y Westminster Abbey y nos sacamos fotos hasta que teníamos calambres en los dedos, algunas muy poco éticas pero muy British, como podéis apreciar en el álbum. Cruzamos al otro lado DSC_0296 del Támesis con la intención de ver lo impresionante del London Eye (la gran noria) y continuar hasta Waterloo, desde donde salía nuestro metro para la última visita del día y la gran apoteosis: “The London Dungeon” (las mazmorras), donde el escuadrón estaba dispuesto a pasar todo el terror que pudieran soportar jóvenes corazones, excepto Aline y Cristina L., que asumieron estar preparadas para pasarse 90 minutos gritando así que se fueron a Picadilly y a pasear, mientras los demás soportamos como pudimos laberintos de espejos, juicios de la época victoriana, a David le amputaron un brazo, a mi me quemaron en la hoguera, torturas, y toda clase de parafernalia relacionada con el dolor y el miedo, incluyendo tres de atracciones: un túnel del terror en barca, otra en la que teníamos que hacer de caza-fantasmas en 3D y finalmente un “ahorcamiento”, que en realidad era un caída libre. El más aterrorizado fue Pablo, cuya cara se desconfiguró ante la presencia inesperada de Jack, El Destripador.
A las 18.30 ya estábamos de regreso a Waterloo Station y el tren salía en una hora,  así que en esta ocasión McDonald’s no se libró de nuestro ataque y a la hora prevista DSC_0274llegamos a Bournemouth. Lo más complicado fue regresar a casa en el bus porque la frecuencia a las 21.30 del domingo no es la misma que por la semana y dos de ellos venían muy llenos y no les permitieron subir, así que llegaron sanos y salvos a eso de las 23.00 hs, más tarde de lo esperado, aunque, en algunos casos, la sugestión tras el Dungeon causó sus efectos en algunas mentes excesivamente imaginativas.
Todo ha salido genial y ha sido el día que mejor han aprovechado porque han visto una gran parte de Londres. ¡¡Lástima no poder pasar un fin de semana completo y así lo hubiéramos visitado en su totalidad, pero esto de ser inminente sede olímpica nos ha privado de ese capricho!!

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