A las 09.30 estábamos solo la mitad en la estación de Watetfront para dirigirnos a la parque de atracciones de PlayLand, de manera que hoy engordamos "la saca" con otros $10, a dos por cabeza. Esta vez las pizzas van a ser familiares de verdad, como ruedas de carro (para esos somos galegos)
Con toda la tropa en perfecto estado de revista nos fuimos al bus 135 que nos llevaría a nuestro destino en unos 20 minutos.
A las 10.30 estábamos pidiendo una taquilla para guardar todo nuestro material y quedar liberados de mochilas y demás durante unas horas, cosa que ya apetece. Parecemos dromedarios con joroba permanentemente. Lo
primero fue ir a probar las más agresivas atracciones, así que Jacobo, Quique y yo nos animamos por "The Coaster", una montaña rusa de madera construida en 1958, mientras otro grupo se decantaba por un columpio verde gigante llamado "The Beast" y tiene bien merecido el nombre. Una tras otra las atracciones fueron rindiéndose a la invasión hispana, incluida la lanzadera donde compartieron asiento con un par de abuelitas que sobrepasaban los 70 y que se bajaron con dificultad del asiento al grito de "very good" y con el pulgar en alto. Pero el hambre comenzó a hacer estragos y nos exigió un descanso a base de pizza, patatas y pollo (seguimos comiendo sana nen cada oportunidad y eso que Luz echa en falta las verduritas de su dieta mediterránea)
Antes de eso, apareció en una carpa la palabra IPad y como un imán atrajo nuestra atención. El juego consistía en intentar subir por escala de unos cinco peldaños paralela al suelo manteniendo el equilibrio. Lo que parecía fácil resultó imposible para Dani, Alejandra o Fátima, que se rindieron a la evidencia. ¡¡Qué pena!! Y eso que le pusieron ilusión, pero faltó pericia.
Tras el almuerzo llegó el momento de tomarse las cosas con calma durante un ratito, así que una atracción de agua que no requería demasiada adrenalina era una opción excelente, sobre todo para Carmela que no disfruta de las atracciones exigentes, junto con Antía, quien directamente las rehuye todas. Al contrario de Enrique que va de valiente a todas y luego se arrepiente al subirse o al terminar.
Lo peor del día han sido los precios: las palomitas: $5 por una mini bolsa y, peor aún, si en el grupo hay que compartir; y los tattoos de hena en los que algunos invirtieron también en unos dólares por unos pajarillos en la nuca.
Se acercaba el final de la tarde pero llegado el momento, l hemos tenido que conceder una horita más de prórroga porque la tarde era perfecta y se lo estaban pasando de "miedo". Finalmente de nuevo al 135 y regreso al centro: unos a casa y otros a tomar algo antes de encaminarse a su madriguera.
Mañana comenzamos nuestra segunda semana y vuelta a la rutina.
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