Hoy el blog tiene dos autores y enseguida entenderéis por qué.
Álvaro:
Esta mañana nos levantamos sin la lluvia de ayer y nos dirigimos al cole como siempre para comenzar las clases, esta semana de mañana (¡por fin!). Algunas tuvieron que aportar su propina al bote, pero nada fuera de lo común (a estas alturas, lo raro es que nadie tenga que pagar).
Nuestro accidentado a la expectativa. |
Durante el descanso entre clases, Pedro tuvo un incidente con la puerta de una de las taquillas y al levantarse de atar una zapatilla, se golpeó con la esquina y la sangre comenzó a fluir alarmantemente. Paul, uno de los monitores, se encargó de limpiarle la herida que, una vez seca, era un pequeño corte pero que como sabemos siempre son escandalosas este tipo de heridas. Para asegurarnos de que todo estaba en orden, tras las clases nos dirigimos al médico para comprobar si todo estaba correcto o si necesitaba alguna otra atención. Después de una breve espera, nos atendieron muy amablemente y le sellaron la herida con una especie de Super-Glue, que implica que no se puede lavar la cabeza en cinco día, pero al menos evitó los puntos o las grapas, que era su mayor temor.
Cuando terminamos ya todos se habían ido con Cristina a visitar la fábrica de chocolate, con lo que Pedro y yo nos tomamos un chocolate caliente con nubes ce azúcar y un café, respectivamente, y nos dedicamos a merodear por todos los interminables pasillos y dependencias del inmenso colegio, investigando.
Cristina:
Después de terminar las clases y de tomar nuestro “packed-lunch” escaso como de costumbre, nos montamos en el autocar que nos llevaría al destino más dulce de Irlanda: Butlers Chocolate Factory. Ya nos habían chivado que te daban a probar, así que todos íbamos más que expectantes y con nuestro “estómago del postre” preparado para el maravilloso manjar.
Al llegar a la fábrica, y después de esperar un rato a que fuese nuestro turno para entrar, nos invitaron amablemente a ponernos unas batas estilo laboratorio y unas redecillas la mar de favorecedoras para comenzar el tour (¡ante todo, higiene!). En primer lugar nos agasajaron con unas monedas de chocolate para amenizar un vídeo sobre los orígenes de este producto y cómo a los mayas se les había ocurrido mezclar los granos de cacao con especias y otros ingredientes para crear el “xoxo latl”, que más tarde se transformaría en el chocolate que conocemos hoy en día. También aprendimos datos sobre la creadora del negocio, Marion Butlers, quien lo fundó en 1932 con el nombre de Chez Nous Chocolates. Estaba situado en el centro de Dublín y en él vendían bombones de lujo hechos a mano. En 1959 se vendió la tienda a Seamus Sorensen, cuya familia sigue siendo propietaria de la fábrica a día de hoy.
Después, nos condujeron por una pasarela situada encima del centro de la fábrica (no sin antes darnos a probar sus “fudge” o tofes blandos), donde pudimos ver el proceso real de la fabricación de las tabletas y los bombones de esta casa. Aquí tuvimos que sujetar a más de uno para que no se nos tirara en plancha en una cuba de chocolate líquido, porque entre el olor y la vista los sentidos no daban abasto. Tras arrastrarlos lejos de allí con la baba puesta, nos fuimos al museo, en el que leímos más datos y alguno que otro hizo un test sobre postres (aunque la pantalla no funcionase muy bien). ¡Y nos volvieron a dar chocolate! Para más inri, a los más golosos nos dejaron repetir y coger dos bombones.
Por último, llegó la mejor parte de la visita: ¡meter las manos en el chocolate! Nos sentaron en la sala de demostraciones con un elefante de chocolate para cada uno, pero nos hicieron aguantar un poco más antes de tocarlo para que viésemos en directo cómo se hacen los bombones rellenos de crema de naranja. ¡Que luego también nos dieron a probar! Así que todos contentos, sobre todo nuestros estómagos, y con algo más aprendido. Luego pidieron voluntarios para hacer un experimento y, cómo no, ¿a quién creéis que cogieron? A nuestro amante del dulce, Quique, y a nuestra relaciones públicas, Ángela. No os cuento el experimento, porque lo podréis ver al final de esta entrada en un vídeo (¡paciencia!).
Y, finalmente, nos dieron un cuenco de chocolate blanco líquido para decorar nuestro elefante de chocolate. Algunos lo pintaron por dentro de las líneas, como buenos alumnos; otras le pusieron cresta; otras lo quisieron adornar con un sombrero (aunque todo el mundo convino en que aquello parecía más el emoticono de la “caquita” del Whatsapp)... ¡unos artistas están hechos nuestros “rapaces”! También nos dieron dos bolsitas para Álvaro y Pedro con muestras de chocolate como las que habíamos probado, así que les damos otro punto por amabilidad, además de por su generosidad. Y así, felices con nuestros elefantes y tras pasar por la tienda para hacer las compras de rigor (¡quién puede resistirse al chocolate!), volvimos a nuestro bus y de vuelta al cole para terminar el día. Más de uno llevaba chocolate de regalo para padres y demás familia, así que si veis que no os lo dan al llegar, ¡es porque se lo han comido!
Este día fue muy dulce (a pesar de los contratiempos), y mañana os contaremos nuestras nuevas aventuras, porque vamos a ver un espectáculo muy muy especial...
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