Hoy la cosa iba de animales, y no me refiero al comportamiento de “la tropa”, sino a la visita que teníamos programada para la tarde.
Hace ya días que no mencionamos “la saca” pero esta va engordando a medida que van transcurriendo las semanas y eso que ya le dimos varios bocados entre donuts y velas para los cumples de Times Square, la propina para Harry, nuestro conductor de Nueva York, pues por estas tierras aún se lleva esto con los choferes, parte en tasas de aduana americana, etc. Con todo, aún nos queda un piquito al que tenemos que dar salida de alguna manera. Por supuesto este curso no nos va a dar para pizzas, pero algo se nos ocurrirá. Y aún nos quedan oportunidades por delante para aumentar su valor.
A primera hora estábamos todos, excepto Bárbara, que aún permanecía convaleciente de su ataque de “aire acondicionado”, y su hermana Ivana que hizo las veces de hermana mayor y enfermera; aunque cuando estábamos a punto de comer tras las clases, aparecieron porque no se querían perder la tarde. A esas horas la enferma ya se encontraba mucho mejor y no se le notaba que hubiese estado tan malita.
A las 13.00 habíamos quedado de nuevo con Geoffrey y apareció puntual, por primera vez. Muy sonriente él y muy contentas ellas nos dice que tenemos que esperar al grupo de Taiwán con el que coincidiéramos en la Boat Party y que visteis en las fotos. Esperamos y esperamos y esperamos y esperamos… y aparece un chico de su grupo informando que su profe está en el baño y que viene enseguida. Y, como buen chino, desaparece. Y esperamos y esperamos y seguimos esperando hasta que aparece la profe taiwanesa con sus ocho “cachorros”.
Por fin, treinta minutos más tarde de lo pensado nos vamos al metro a toda pastilla. Nos quedan por delante 90 minutos al menos de recorrido. Nos bajamos en la estación para el trasbordo y la pobre mujer que vuelve a desaparecer en busca del aseo y otra vez a esperar y esperar y … Por fin tomamos la otra línea de metro y, terminado el trayecto, salimos a la superficie para tomar el bus. Cuando llega subimos todos en masa y arrancamos. Cuando vemos que la profe y siete de sus ocho alumnos se han quedado en tierra con cara circunspecta y estupefacta y el otro chino, con sus auriculares, tan tranquilo subido en el bus con nosotros. Geoffrey no sabía qué hacer, no tenía el número de la mujer y tampoco podía contactar con ella porque el alumno suyo que iba con nosotros tenía el móvil de su profe en la mano. ¿por qué? No lo sé. Total, que cincuenta minutos más tarde llegamos al destino y…¡¡sorpresa!! La taiwanesa estaba allí con sus chicos esperándonos. Habían tomado dos taxis y nos adelantaron. Risas, cotilleos, vaciles… todo lo que hacen los españoles en estos casos, pero sin malicia, riéndose del “mal ajeno”.
Entramos al zoo y nos despedimos de nuestro guía porque por el recinto ya nos movemos a nuestro aire. El lugar es muy grande y dispone de todo tipo de animales, entre los que destacan los gorilas y los osos panda, y su diseño permite verlos muy de cerca y con comodidad. Dimos tres horas para visitarlo y nos resultaron escasas tanto por el interés como por la extensión y la cantidad de animales. A las 18.30 decidimos volver a reunirnos viendo que necesitaríamos otras dos horas para volver al cole y luego una más, la mayoría, para volver a casa. Cuando nos ponemos en la parada del bus de regreso miramos el plano que tenemos siempre con nosotros y descubrimos que las aproximadamente dos horas que nos llevó la ida, podríamos haberla hecho en 45 minutos tomando un único bus desde el colegio. ¡¡Todo el glamour que Geoffrey podía tener lo perdió en cuestión de segundos!! ¡¡Sus groupies más acérrimas alegaban que era sólo porque quería estar ellas más tiempo!! Así que tomamos el metro solo hasta la primera estación y rehicimos los planes, con lo que todos fueron en dirección diferente a la habitual y nadie se perdió, al menos que tenga constancia en este momento. Así que en una horita habíamos llegado.
¡¡Vaya día nos dieron entre Geoffrey y la taiwanesa, pero y lo que nos reímos!! (como decía Gila).
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