Tras la comida no fuimos a la CN
Tower, esa famosa torre que destaca sobre el perfil de la ciudad y que está
entre la Siete Maravillas de la Ingeniería Moderna. Brian no suministró las
entradas y ya nos las apañamos solos para disfrutar de las vistas desde los 338
m. de altura donde se encuentra el mirador. Allí nos tiramos al suelo de cristal
mientras sentíamos ese hormigueo que provoca el vértigo de sentirse pisando en
el vacío; aunque no me quiero imaginar la sensación que sentirán los que se
permiten pagar los 195$ que cuesta pasear por el aro exterior enganchado con
arneses mientras te inclinas sobre el precipicio. Nosotros tras salimos al paseo
exterior mientras sentíamos la fuerza del viento que sopla a esa altura. Tanta
fuerza tenía que a Isabel tuvimos que lastrarla con piedras para que no saliera
volando, incluso nosotros perdimos parte del voluminoso flequillo con el que
llegamos a Canadá. Mucho selfie, mucha risa, unas vistas impresionantes aunque
un poco deslucidas por la niebla y, tras una horita, de vuelta para abajo en un
ascensor que alcanzó el suelo en menos de 1 minuto. ¡¡Hasta se nos taponaban los
oídos!!
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