Hay ha sido un día de esos sin prisas en el que hemos hecho todo lo programado dentro de los tiempos establecidos, pero sin estrés. Tras las clases nos reunimos en el aula 212 para comer nuestros apreciados sandwiches, aunque a algunos como no les llegan aprovechan unos vales que tenemos sobrantes los profes para meterse en el comedor y comer un poco de pizza, como era hoy el caso, o unas patatas, según se tercie y nos traen a los demás una prueba para que nos relamamos los bigotes.
Durante las clases, los profes hemos ido a comprar una crema para aliviar algún que otro moratón del paintball, especialmente en las piernas y espaldas, o el mío, en el cuello, que parece que me ha mordido Luis Suárez y lo repartimos entre todos.
Tras el “suculento” almuerzo merodeamos por el edificio, unas han decidido enseñar galego a los madrileños y otros a la busca y detención de los y las francesas. Unos con más suerte que otros se presentan a la hora convenida en el puerta a las 13.30 para salir hacia el World Museum acompañados por Christine.
Al llegar a nuestro destino nos reparten unas hojas con una serie de preguntas que deben contestar, por supuesto en esto hay división de opiniones: 50% cree que son un rollo y la otra mitad aprovecha la ocasión para aprender más de las oportunidades que se le presentan. “Queramos o no lo vamos a hacer lo mejor posible”, digo, y salen más o menos entusiasmados con la promesa de un premio a los mejores. El museo dispone de 5 plantas en las que se pueden ver un planetario y todo lo relacionado con la investigación astronómica desde Galileo hasta nuestros días; un museo del antiguo Egipto con sus momias y de la Grecia clásica, un apartado de historia natural con animales disecados y una exposición de insectos raros vivos en sus urnas y, finalmente, un acuario.
A la salida todos habían entregado sus respuestas a las preguntas y Christine no explicó las respuestas mientras la escuchábamos sentados en las escaleras del edificio contiguo. Con esto nos despedimos hasta las seis, que era la hora de volver a casa, así que tenían dos horas de esparcimiento sin la férrea vigilancia del los Álvaro. A la hora convenida vienen todos a Williamson Square y repartimos los nuevos bonobuses para la semana y partimos hacia nuestras casas sin nada más que destacar, salvo que muchos arrasaron el Primark en estas dos horas, como Saúl, o Natalia, que se compró unas Nike preciosas o Raquel que andaba a la busca de un protector para el móvil.
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