domingo, 22 de julio de 2018

22 DUN LAOGHAIRE

En este mundo que vivimos tan vertiginosamente y no nos da tiempo a apreciar el valor de la tranquilidad y el sosiego... bueno, pues hoy hemos roto con todo eso y nos hemos dedicado a la vida contemplativa en su sentido más pleno, sin prisas, sin agobios, sin ir de un lado a otro corriendo. Así que quedamos a las 10.45 para que pudiesen dormir un buen rato, lavarse el pelo y plancharlo, lo cual es toda una proeza en los días ordinarios. A alguna le llevó más tiempo del que consideraban en un principio y volvieron a llegar tarde, pero como no había prisa, pagaron y punto.

Nos fuimos al famoso tren DART junto con los cuatro chicos valencianos que decidieran ayer acompañarnos y nosotros encantados, pues son muy buena gente y hacen migas con los gallegos. Nuestro destino era Dun Laoghaire (esto se lee: "dan liri", más o menos, para que veáis qué difícil es el gaélico): un pueblecito costero que se encuentra frente a Howth, recordáis, al otro lado de la bahía. Dun Laoghaire se encuentra a unos 12 km al sur de la capital y durante la época de invasión inglesa se denominó Kingstown y luego Duleary (pronunciación inglesa de su nombre original) pero tras la instauración de la república irlandesa recuperó su nombre original; Dun (fortaleza) Laoghaire (famoso rey relacionado con S. Patricio y la cristinización de Irlanda). Hoy por hoy es una zona de descanso y ciudad dormitorio de la gran capital, con muchos trabajadores yendo y viniendo de una a otra.

Al desembarcar de nuestro tren, nos dirigimos a dar un paseo por el muelle y nos acercamos al faro que se encuentra al fondo, plagado de familias que iban paseando a sus perros, cada cual más ufano, y disfrutando del buen tiempo. 
A ratos nos paramos a observar la gran cantidad de medusas que se podían ver desde lo alto del muelle, y a ratos nos dedicamos a hacernos fotos para dejar constancia de nuestro paso por allí. Una de las atracciones que causó más sensación fue ver cómo un hombre tiraba una botella al mar y su perro, más chulo que un ocho, iba a buscarla a doscientos metros de la orilla y volvía con ella, deseando que se la tirasen de nuevo. Todo ello sorteando las "peligrosas" medusas y con el mayor afán.

Tras una hora de paseo nuestros estómagos ya empezaban a demandar alimento, de modo que nos encaminamos al mercadillo que se celebra cada domingo en People's Park, a escasos metros de la entrada del puerto. Allí nos encontramos con un ambiente festivo, lleno de puestos de comida de toda índole y nacionalidad: tailandesa, japonesa, china, árabe... ¡e incluso española! En este puesto servían paella, croquetas y unas patatas bravas que, según aquellos que las probaron, no estaban nada mal. Como el tiempo acompañaba, nos tiramos en el césped a disfrutar nuestros manjares relajadamente y sin ninguna prisa. Algunos se echaron una minisiesta, otros jugaron a las cartas y otros se sacaron de móvil y aprovecharon para contestar a las preguntas del "Yo nunca..." (algunas demasiado escatológicas y otras demasiado personales). 

Solamente teníamos un proyecto de actividad metido en la cabeza y este era visitar The Oratory of the Sacred Heart. Esta pequeña capilla, que se encuentra escondida tras un centro comercial y en un discreto barrio residencial, contiene un tesoro que no mucha gente conoce. La fascinante historia de la capilla es la que sigue:
Tras la I Guerra Mundial se creó este pequeño lugar de oración para conmemorar el final de esta contienda. El gobierno de una ciudad francesa ofreció una estatua del Sagrado Corazón como regalo para conmemorar a los irlandeses fallecidos en la batalla de Flandes a la pequeña parroquia de Kingstown (más tarde, Dun Laoghaire), pero ni la parroquia ni la comunidad de los Christian Brothers quisieron aceptarla, puesto que se consideraba un símbolo de traición. Finalmente, la hermana Concepta Lynch, del convento de las dominicas, la acogió y la colocó en el pequeño oratorio. Debido a que esta mujer era la hija de un fallecido artista gaélico y se había hecho cargo del estudio de su padre antes de convertirse en monja, le pidieron que decorase con pinturas la pared que se encontraba tras el altar del Sagrado Corazón. El resultado fue tan impresionante que le rogaron que pintase el resto de la capilla y así lo hizo durante dieciséis largos años (1920-36), compaginándolo con su vida como hermana dominica y profesora en el convento. Las paredes están plagadas de hermosos dibujos con preciosos colores y brillos que representan símbolos clásicos de los primeros cristianos irlandeses, como la cruz celta, y animales míticos como dragones, pájaros... 
Tanto tiempo dedicó a esta tarea que finalmente falleció de cáncer, causado por la toxicidad de las pinturas que utilizaba. Su obra ha ganado ya varios premios de arquitectura por su valor artístico.
Todo esto nos lo explicaron dos guías estupendos que, tras dividirnos en dos grupos, nos mostraron el lugar y también nos enseñaron un pequeño vídeo. Tras la experiencia, la mayoría firmaron en el libro de visitas para indicar lo mucho que les había gustado.

Después de maravillarnos con este pequeño tesoro, dejamos un poco de tiempo libre para que algunos fueran a tomarse un café, pero a algunas les dio tiempo a comprarse tops, zapatos, planchas del pelo, uñas postizas... ¡y todo en 50 minutos! (excusamos dar los nombres de las susodichas). Tras este día de relax, nos volvimos, unos en el bus y otros en el tren, a nuestras respectivas casas para descansar y estar preparados para nuestra última semana irlandesa, que comienza mañana.


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