Esta mañana no dábamos crédito cuando sonó el despertador: 6:45 y ya hacía más de una hora que había amanecido un día soleado estupendo. Un buen desayuno y a empezar a identificar el barrio y la forma de ir y venir al centro para incorporarnos a las clases.
Tras un trayecto de 40 minutos en bus llegamos a la escuela, que cuenta con unas instalaciones envidiables: gimnasio, polideportivo, aula de baile, salas de ordenadores (que de momento no han podido usar), cafetería, etc. Así que sin mucho tiempo que perder nos condujeron al aula 207 para hacer el test y saber el nivel de cada uno de ellos, al tiempo que les daban las instrucciones mínimas de seguridad y comportamiento durante la estancia a través de un cuestionario que debían resolver. Y así, entre exámenes e indicaciones fue transcurriendo la mañana y llegó la hora más temida: el “LUNCH”.
Este es el momento de la verdad y descubrir si seremos capaces de comer esos bocadillos de ensaladas raras, de mayonesas con sabores desconocidos o salsas que nunca habíamos catado o si, por el contrario, ha llegado el día de comenzar una dieta y perder el peso que a ninguna/o le gustaría. Se puede decir que la prueba se superó con muy buena nota pues casi todos se comieron esos extraños bocadillos, que ya de por sí raros lo son aún más si llevan metidos en una mochila varias horas. Así que, con el estómago lleno, aunque no del todo satisfechos, comenzamos las partidas de cartas y las sesiones de Whatsup una vez conseguimos la clave y usuario de la wifi.
A las 14:00 nos reunimos a la entrada del colegio y salimos en un tour por la ciudad; mientras una monitora nos iba explicando al paso cada uno de los edificios, calles o tiendas dignos de resaltar ellos completaban un cuestionario con una serie de preguntas que ella resolvía en cada parada. Y tras un buen rato, un poco de tiempo libre para que unos visitaran MacDonalds o Burger King y rellenar el hueco que les había dejado el “packed lunch”, otros a Starbucks por sus famosos cafés y frapuccinos y otros a callejear.
En ese rato algunos, como Saúl, alentado por las hermanas Pereira se dedicaron a bailar en la calle dejando bien alto el pabellón aunque no consiguió recaudar más allá de 70 peniques que le “soltamos” compasivamente sobre la mochila para que se compre el IPhone que anda buscando. Creo que necesitará mucha más dedicación y horas de espectáculo para poder permitírselo. Natalia, Raquel y Barbara, aprovechando la coyuntura, también quisieron lucir palmito y nos deleitaron con su baile de “funky” de la Academia Miriam, que lamentablemente corrió la misma suerte que el de Saúl.
Entretanto, los chicos salieron en estampida y entablaron amistad con unas colegialas nativas y, no tengo muy claro, si Diego, Sergio y Adrián aprendieron algo de inglés o fueron ellas las que asumieron que es importante hablar español, porque cuando me acerqué con cierto acento saludaron diciendo “hola” y “gracias”, mientras que a ellos no les oí manifestarse en inglés. Esto ya traía cola de antes, pues les habían pedido que abandonaran la biblioteca por “acosar” a dos alumnas universitarias mientras estas hacían sus trabajos en el ordenador insistiendo en que les dieran sus claves para poder acceder a Internet. Es evidente que les gusta aprender inglés, pero sobre todo conversando con las oriundas.
Pero, mientras unos bailaban y otros entablaban relaciones internacionales, Marta & Marta paseaban viendo escaparates. No sé si Marta Mª buscaba gomina o laca para el pelo, pero un chorro le vino caído del cielo cedido, no está muy claro todavía pues aún no ha llegado el informe del CSI, si por la generosidad de una paloma o de una gaviota. Los entendidos en estos asuntos aducen que la paloma es la culpable, alegando que la cantidad del líquido elemento que aterrizó sobre su cabellera no tenía la consistencia ni el volumen del de una gaviota. Al menos una generosa paseante le cedió su bolsa de Kleenex para salir al paso del apuro y la vergüenza.
A la hora de reunirnos, nos encontramos con que tres elementos de la tropa no se presentaban a la hora acordada y como buenos compañeros aportaron la primera libra y cincuenta peniques a la hasta ahora vacía saca del grupo. ¿Que quienes fueron? Véase la foto de los “delincuentes” con su moneda de 50p. La primera porción de pizza de fin de curso corre por cuenta de estos generosos muchachos.
Con todas estas vicisitudes nos fue pasando la tarde entre risas, arrumacos, bailes y agobios y nos fuimos cada uno a su parada de bus. El momento más temido pues no sabemos si se orientarán lo suficiente para localizar su “host family”. Han pasado casi dos horas y nadie ha llamado que se hubiera perdido, por lo que se deduce que estarán cenando y relajados en casa. Bueno, Pablo y Fernando han tenido que recurrir al GPS de su móvil al darse cuenta que habían llegado al aeropuerto y tomar el bus de vuelta.
“The first day is over”.
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