La tormenta sigue acechando nuestras vidas e impide que tengamos las actividades como las habíamos programado originalmente, así que hoy nada de crucero sino algo diferente; algo que forma parte de la tradición de ocio americana conocida por los mayores, desde que de niños veíamos a Pablo y Pedro Picapiedra, y por los menores, con los archiconocidos Simpsons. Nos llevaron a una inmensa bolera americana con unas treinta pistas (lanes).
A medida que nos acercábamos al mostrador, cogíamos nuestro par de zapatos tricolor, especialmente diseñados para deslizarse controladamente por el parquet y evitar resbalar y caerse de cuartos traseros, como le pasó a un servidor por traspasar la línea de falta y pisar en la pista. Según disponíamos del calzado apropiado nos fuimos agrupando por lotes de seis en cada lane e incorporábamos nuestro nombre a la pantalla, lo que permitía al resto de participantes ver las puntuaciones que cada uno conseguía. Luego llegó el momento de seleccionar la bola con la que jugar cada uno: huecos adaptados a los dedos, el peso correcto, el tamaño idóneo… ¡¡Vamos, como si lo llevasen haciendo toda la vida!!
Contábamos con tres partidas y para el ganador hay un premio sorpresa que se entregará la próxima semana. En la primera ronda, sorprendentemente Elena consiguió varios strikes y alcanzó la puntuación de 130; en la segunda partida, fue Rubén y su estilo del norte el que se llevó el gato al agua y llegó hasta los 142 puntos, lamentablemente en la Q3 nadie pudo superar ninguna de ambas, así que él campeón y ella subcampeona. Po otra parte, tenemos dos “cucharas de madera”, por un lado Saúl, cuya virtud no está en conseguir que la bola vaya recta por el centro de la pista sino que siempre acaba rodando por los surcos laterales, y Santi, que con un bajísimo porcentaje de aciertos en la primera ronda se quedó en un resultado paupérrimo, aunque, en honor a la verdad, fue mejorando en rondas posteriores.
El más feliz del recinto fue el cocinero que vendió más perritos, patatas, hamburguesas, etc. de las que hubiese imaginado. Así que unos satisfechos con el nivel conseguido, otros frustrados porque no dieron la talla y no alcanzaron las expectativas, pero todos satisfechos por haber hecho algo diferente, volvimos a la lluvia, al bus y al colegio.
Allí nos esperaba la mesa de ping-pong, la XBox y Heraclio Fournier con sus cuarenta naipes para tirarnos en el suelo y echar unas cartas mientras sonaba la música. Entretanto hoy nos tocó otra visita médica con Claudia al mismo lugar con la misma recepcionista y la misma doctora, pero en esta ocasión la atención fue mejor, el papeleo mucho más rápido y salimos, otra vez, conociendo su peso, temperatura corporal, tensión arterial y con una inyección de Urbasón sobre la nalga izquierda que mitigue la erupción en muslos y brazos, que probablemente le haya provocado alguna planta sobre la que se sentó ayer.
Mañana tenemos un Plan A, visita al zoo de West Palm Beach, y un Plan B, hacer patinaje sobre hielo. Si el clima cambia a mejor, plan A, pero si continua así, Plan B. Os aseguro que ninguno va a llevar huevos a Santa Clara esta noche. El Plan B es mucho más apetecible.
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